El Imperialista en Mi Patio Delentero

Manifestantes contra la estatua de Fallon el cinco de mayo.

Tengo varias conexiones personales con el controvertido monumento del “Capitán” Thomas Fallon que se encuentran los conductores que salen de la autopista 87 hacia el centro de San José. La estatua ecuestre triunfal está ubicada directamente en frente del edificio en el que yo vivo. Está del otro lado de la calle de la oficina en que mi madre trabajó por casi cincuenta años y probablemente el lugar donde conoció a Thomas McEnery, quien como alcalde ordenó erigir la estatua. De mi madre heredé una copia del diario ficticio de Thomas Fallon, California Cavalier: The Journal of Thomas Fallon, firmado por su autor, Thomas McEnery. Además, vivo a dos cuadras de la casa de Thomas Fallon que se enfrenta de manera incongruente al moderno mercado de San Pedro Square.

Cuando estaba completando mi trabajo de posgrado en la Universidad Estatal de San José, escribí un artículo de investigación sobre la ‘Bear Flag Rebelión’ (Rebelión de La Bandera del Oso) que Fallon y sus hombres llevaron a cabo en San José en Julio de 1846. Durante mi investigación, me sorprendió descubrir mi propia ignorancia sobre el lamentable golpe de estado que arrebató California de las manos de México y lo convirtió en parte de los Estados Unidos.

Dado que el estudio de la historia de los Estados Unidos generalmente comienza con los primeros asentamientos ingleses coloniales en Virginia y Massachusetts y se mueve hacia el oeste, la historia de California a menudo se trata como un evento tardío. Pero lo que realmente me asombró fue que yo había crecido en California y nunca aprendí los hechos básicos sobre la conquista estadounidense de California Mexicana. ¿Por qué fue eso?

La Rebelión de la Bandera Oso comenzó oficialmente el catorce de junio de 1846, pero otros eventos cruciales habían preparado el escenario. Los Estados Unidos habían anexado Texas en diciembre de 1845 después de que inmigrantes gringos arrebataron violentamente la provincia a México. En marzo de 1846 el “explorador” Capitán estadounidense John C. Fremont, a quien las autoridades mexicanas de Alta California le habían dado permiso para pasar por el valle del Río San Joaquín, violó de inmediato los términos de su visita al atravesar con su banda de sesenta hombres armados hasta San José, Santa Cruz y el valle de Salinas.

Cuando Fremont recibió una advertencia del general Mexicano José Castro para que abandonara la provincia el cinco de marzo, desafiante tomó una posición fortificada en el pico de Gavilán al noreste de Monterey e izó la bandera estadounidense. Cuando Castro y su ejército de doscientos cincuenta soldados se alistaban para desalojar a los estadounidenses, Fremont huyó con sus hombres el nueve de marzo.

Después de una breve estancia en Oregon, Fremont regresó al área de Sacramento en mayo de 1846. Mientras estaba en Oregon, Fremont había recibido cartas del Secretario de Estado James Buchanan y otros funcionarios del gobierno federal de los Estados Unidos. En sus memorias Fremont afirmó que dichas cartas “me dieron a conocer ahora bajo la autoridad del Secretario de la Marina que obtener California era el objetivo principal del presidente.”

El seis de junio, Fremont envió jinetes por el Valle de Sacramento repartiendo avisos sin firmar que afirmaban que un ejército de Californios marchaba sobre el valle, quemando casas, ahuyentando ganado y destruyendo cultivos. Los colonos anglosajones, que ya estaban agitados por rumores salvajes de depredaciones mexicanas y muchos de los cuales se creían con derecho a la tierra en virtud de su superioridad cultural y racial, se movilizaron y tomaron la antigua guarnición militar de Sonoma que estaba indefensa el 14 de junio.

Aquí es donde nuestro héroe local entra en escena. Para entonces Fallon, un inmigrante irlandés que había llegado al oeste con la expedición de Fremont de 1843 y permaneció en Alta California, se había convertido en un hombre de negocios y vivía en Santa Cruz. Desde su llegada Fallon había buscado oportunidades sin que las autoridades locales lo molestaran y estaba participando con entusiasmo en nuevas empresas. 

Tras recibir noticias de la revuelta, Fallon a la cabeza de 19 hombres armados se movió a San José y el 14 de julio izó la bandera estadounidense sobre el palacio de justicia. Las fuerzas mexicanas bajo el comando de Castro habían salido de San José después de recibir la noticia de que el comodoro estadounidense Sloat se había apoderado de Monterey, que entonces era la capital de Alta California, el 7 de julio. Así que aquí tenemos a un hombre izando la bandera de un país del que ni siquiera era ciudadano sobre una ciudad de otro país en él que había sido recibido como inmigrante.

Thomas McEnery, el ex alcalde de San José que encargó la estatua en mención y autor del diario ficticio de Fallon, no tuvo nada que decir sobre la ética del comportamiento de Fallon. El diario está lleno de notas académicas a pie de página sobre las acciones de Fallon, muchas de las cuales proporcionan un contexto histórico esclarecedor. McEnery tiene una maestría en historia y estudió a Fallon de cerca, llegando incluso a visitar su ciudad natal en Cork, Irlanda. Pero la participación de su héroe en la toma armada de un país extranjero no se examina por completo en el trabajo de McEnery. Fallon es retratado como un aventurero bravucón en lugar de un líder paramilitar que ayuda a facilitar la conquista extranjera de un país que le dio la bienvenida como inmigrante.

Esto nos lleva directamente a mi pregunta de por qué nunca aprendí los hechos de la conquista estadounidense de la California Mexicana. La representación aduladora de Fallon por McEnery no es nada nuevo. Los primeros historiadores en las décadas después de la anexión de California establecieron la plantilla.

En pocas palabras la narrativa va así. Había unos salvajes viviendo en California, corriendo desnudos y recogiendo bayas salvajes. Luego los españoles llegaron y construyeron las misiones, que en ocasiones explotaban los indios. Los mexicanos se rebelaron y secularizaron las misiones y los Californios disfrutaron de un breve periodo de paraíso pastoral en sus haciendas y ranchos. Pero los Californios pasaban la mayor parte del tiempo vistiendo ropa elegante, disfrutando del fandango, las corridas de toros y otras fiestas, y realmente no estaban usando la tierra al máximo de su potencial. Luego los inmigrantes estadounidenses audaces y emprendedores se rebelaron contra los tiranos mexicanos, casualmente cuando estados unidos iba a la guerra contra México. 

Si piensas que estoy exagerando, considera esta descripción de la sociedad Mexicana de California por Hubert Howe Bancroft, considerado el padre de la historia de California en su ensayo “California Mexicana de Lotos-Land”:

Ellos no eran una comunidad fuerte en ningún sentido, ni moral, ni física, ni políticamente; de ahí que, así como los salvajes se desvanecieron antes los superiores Mexicanos, así se desvanecieron los Mexicanos antes los estadounidenses. Grande fue su oportunidad, extremada al principio si se hubieran dedicado a construir una comunidad grande y próspera; y luego no menos maravillosa si hubieran poseído la habilidad de aprovechar el progreso y desempeño de otros. Muchos fueron despojados de sus tierras y posesiones; muchos desperdiciaron rápidamente el dinero obtenido por sus valores. Fueron tontos, imprevisivos, incapaces…

La noción de que los conquistados no estaban aprovechando al máximo sus oportunidades construyendo una civilización adecuada y, por lo tanto, debían dejar espacio para sus conquistadores fue la misma justificación utilizada por los colonos de las primeras colonias norteamericanas para diezmar a los nativos americanos y apoderarse de sus tierras. Para crédito de Bancroft, él reconoce que los “Californios fueron gravemente despojados por el pueblo de los Estados Unidos.” La escala del robo de las tierras y el fraude contra los Mexicanos en California después la toma de posesión de Estados Unidos fue tan grande que difícilmente se puede negar. Pero Bancroft argumenta que “los patriarcas ingenuos” de Alta California fueron un blanco fácil para los abogados tramposos que les robaron sus tierras. Entre los abogados charlatanes y los ocupantes ilegales, los californios perdieron sus tierras a un ritmo alarmante. Según el profesor de Notre Dame Felipe Fernandez-Armesto, autor de Our America: A Hispanic History of the United States, “en 1850, el 61 % de los Californios poseía tierras por valor de más de $100 (en dinero de 1850). Para 1860, la cifra había caído al 29 % y seguía cayendo.”

Los ocupantes ilegales fueron las tropas de choque del robo de tierras. Ocuparon las tierras de los propietarios, a veces hacían ofertas humillantes para comprarlas, luego utilizaron intimidación y violencia para obligar a los propietarios a marcharse si se negaban a vender al precio exigido. La familia Berryessa de San José, una de las familias propietarios más grandes de California, ofrece una clara ilustración del destino de muchos californios a manos de sus nuevos conquistadores.

Antes de que comenzara el acaparamiento de tierras, la familia Berryessa ya había sido víctima de la atrocidad anglosajona. Don José Reyes Berryessa, de 61 años, y dos de sus sobrinos adolescentes fueron asesinados a tiros por rebeldes de La Bandera de Osos, incluido Kit Carson, quien luego insistió que los asesinatos fueron ordenados por John C. Fremont. El trío desarmado había llegado a San Rafael en canoa mientras el mayor Berryessa buscaba visitar a sus hijos que habían sido hechos prisioneros por los estadounidenses en Sonoma, cuando los asesinaron. Después de la conquista, Nemasio Berryessa y dos de sus hermanos fueron linchados por anglos que luchaban por tomar el control de la mina de mercurio de su familia en San José. Según la historiadora Linda Heidenreich, “En 1880, un remanente de la familia Berryessa continuaba aferrándose a una pequeña propiedad en el extremo norte de Napa. A finales de siglo, no tenían tierras.”

En 2005 la hija de Thomas McEnery exhibió su documental “The Search for the Captain” en Cinequest, el festival del cine de San José. En dicho film Eric McEnery presenta los esfuerzos de su padre para erigir la estatua de Fallon y la controversia resultante. La película aparentemente incluye varios funcionarios de la ciudad que defienden la campaña de McEnery para financiar y ubicar la estatua y ataca a sus detractores como fanáticos “políticamente correctos.”

Y además el documental minimiza el hecho de que su padre inicialmente presentó el diario de Thomas Fallon, California Cavalier como si fuera un diario auténtico que fue descubierto detrás de una pared en la mansión vieja de Thomas Fallon durante una renovación. En la introducción original, McEnery comienza describiendo cómo el diario fue milagrosamente descubierto y describe en detalle el cambio de sus emociones cuando su escepticismo sobre la autenticidad del documento se convirtió en dicha causado por el “inmenso valor del documento que estaba sosteniendo en mis manos polvorientas.”

La admisión de que el diario era una obra de pura ficción no fue voluntaria por parte de McEnery. Solo salió a la luz cuando Javier Salazar, uno de los líderes de la protesta contra la estatua de Fallon, insistió en que McEnery produjera el documento real para que el público lo viera en 1978, el mismo año en que McEnery estaba ocupado encargando la estatua a un costo de $820,000 sin ninguna participación popular en el proceso. Como resultado de la exigencia de Salazar el libro de McEnery se volvió a publicar con una corrección y la Biblioteca Pública de San José lo trasladó de la sección de no ficción a la sección de ficción.

Los archivos de Cinequest todavía tienen la descripción de la película de Erin McEnery, la cual presume de una ignorancia impresionante que sólo el privilegio blanco y el patriotismo sin sentido pueden generar. “La estatua conmemoró el izamiento de la bandera estadounidense y la inclusión de California (sic) en los Estados Unidos durante la Guerra México-Estadounidense.” Si tan solo alguien les hubiera explicado a los californios que fueron despojados de su tierra o asesinados que estaban siendo “incluidos” en los Estados Unidos, seguramente habrían acogido con satisfacción su destino. Erin McEnery señala con precisión que “no se disparó ni un solo tiro” cuando Fallon izó la bandera, por lo que felicitaciones al Capitán por no disparar a ninguno de los civiles que quedaron a su suerte después de que Castro y sus tropas habían salido del pueblo.

La ignorancia de la cineasta me recuerda a la mía cuando escribí mi trabajo de investigación en el posgrado. Esa ignorancia es producto de una historiografía arraigada en la supremacía blanca, y la perspectiva de McEnery en 2005 ilustra que no hemos avanzado tanto desde que los Hubert Howe Bancrofts del mundo forjaron los cimientos de la historia.

La historia de la rebelión de la bandera del oso estuvo envuelta en mitos turbios precisamente porque un examen claro de los detalles revela una toma violenta y forzada del poder y la tierra basada en falsas pretensiones. Los argumentos de que el gobierno mexicano era inestable y oprimía a los indígenas locales ciertamente tienen mérito, pero ¿justifican su derrocamiento? Si un grupo de inmigrantes mexicanos decidiera de repente que California es hoy un estado mal administrado, como sostienen muchos conservadores modernos, ¿estaría justificado organizar una rebelión armada? ¿Celebrarían los gringos una estatua del líder mexicano de semejante revuelta años después y acusarían a los que protestaban de ser radicales políticamente correctos?

Afortunadamente, el Comité de Artes de San José votó este mes para mover la estatua y guardarla. Décadas de activismo por parte de manifestantes hispanos nos han traído a este momento. Si bien algunos han argumentado que Fallon no era el criminal atroz que sus críticos más estridentes sugieren, la rebelión y conquista militar en la que participó fueron un despojo que resultó en la muerte y pérdida de tierras y riquezas de muchos californios. La estatua es claramente una celebración triunfal y directa de ese evento. Lo veo todos los días y estoy harto de eso. Es hora de que se vaya, Capitán.